
viernes, 28 de mayo de 2010
miércoles, 19 de mayo de 2010
Woody Allen y la muerte
El pasado 15 de mayo Woody Allen desde Cannes:
"preguntado sobre su relación exacta con la muerte, el dueño de las gafas de pasta más famosas del mundo ha soltado con voz dubitativa: "Estooo... la verdad es que no ha cambiado demasiado, es la de siempre: estoy en contra de ella". Y ha añadido, ya entre el estruendo de risas de la gran sala de conferencias de prensa del búnker de La Croisette: "Bueno, mis padres vivieron bastante, así que en el plano genético estoy muy bien, pero yo soy más bien cobarde".
El estracto está sacado de la crónica que Borja Hermoso hizo de su última peli para El País.
martes, 18 de mayo de 2010
John Cheever
Benjamin, uno de los hijos de John Cheever, acaba así su introducción a los Diarios de su padre: "No hemos hecho nada para proteger a nuestro padre. Nada para protegernos a nosotros mismos. Mi hermana Susan, mi hermano Fred y yo nos hemos encargado de casi todo el apoyo [técnico al editor Robert Gottlieb]; mi madre, de mantenerse al margen. Nuestro trabajo exigió tiempo; el suyo, valentía".
Al morir, en 1982, Cheever dejó a su hijo Benjamin el encargo de publicar sus diarios. El hijo los había leído en vida de su padre y quedó turbado por ellos. El escritor daba una visión de sí mismo que nada tenía que ver con su respetabilidad pública y muy poco con la propia imagen que de él tenía su hijo. No sólo por la homosexualidad destapada. Hay una triste punzada en el corázón de ese prólogo: "Me sorprendía lo poco que aparecíamos todos nosotros, excepto tal vez mi madre, pero el trato que recibía no era como para desear publicidad".
De modo que tiene mucho mérito la actitud de esa familia. Revela también el llamativo carácter de algunos escritores: incapaces de apechugar con su testimonio en vida dejan el muerto a sus deudos.
Arcadi Espada, El Mundo 3 de julio de 2009.
Al morir, en 1982, Cheever dejó a su hijo Benjamin el encargo de publicar sus diarios. El hijo los había leído en vida de su padre y quedó turbado por ellos. El escritor daba una visión de sí mismo que nada tenía que ver con su respetabilidad pública y muy poco con la propia imagen que de él tenía su hijo. No sólo por la homosexualidad destapada. Hay una triste punzada en el corázón de ese prólogo: "Me sorprendía lo poco que aparecíamos todos nosotros, excepto tal vez mi madre, pero el trato que recibía no era como para desear publicidad".
De modo que tiene mucho mérito la actitud de esa familia. Revela también el llamativo carácter de algunos escritores: incapaces de apechugar con su testimonio en vida dejan el muerto a sus deudos.
Arcadi Espada, El Mundo 3 de julio de 2009.
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La moda y la muerte
El juego de la moda con la muerte cambia de un tiempo a otro, pero siempre, dentro de la moda, la muerte desempeña un papel basal. Gracias a la moda se resucita otra vez. Gracias a la moda se muere algo con la garantía de una reencarnación. Como decía la famosísima diseñadora Coco Chanel, el destino de la moda es pasarse de moda. Pasar de un existencia a otra, recuperarse en el fallecimiento de una forma, pasar del límite de una configuración a una nueva configuración que se celebra siempre como una secuencia sin término.
Vicente Verdú, El País, 9 de diciembre de 2001
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Vicente Verdú
Crímenes ejemplares
Hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba. Y venga a hablar. [...] Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de más allá. Le metí la toalla en la boca para que se callara. No murió de eso, sino de no hablar: se le reventaron las palabras por dentro.
Lo maté porque bebí lo justo para hacerlo.
—Dormir es suicidarse un poco cada noche.
—Usted es soltero.
—¿Cómo lo sabe?
Llámanlo el sueño eterno. Como padezco horriblemente de insomnio, pruebo.
Las nalgas son mejores al tacto que al gusto, más duras de mascar que de tentarrujar.
Esa hormiga odiaba a aquel león. Tardó diez mil años pero se lo comió todo, poco a poco, sin que él se diera cuenta.
La maté por no darle un disgusto.
Lo maté porque bebí lo justo para hacerlo.
—Dormir es suicidarse un poco cada noche.
—Usted es soltero.
—¿Cómo lo sabe?
Llámanlo el sueño eterno. Como padezco horriblemente de insomnio, pruebo.
Las nalgas son mejores al tacto que al gusto, más duras de mascar que de tentarrujar.
Esa hormiga odiaba a aquel león. Tardó diez mil años pero se lo comió todo, poco a poco, sin que él se diera cuenta.
La maté por no darle un disgusto.
Extraído de Max Aub, Crímenes ejemplares, Madrid, Calambur, 1996.
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